Una de cada tres personas que acuden al médico con un aparente problema neurológico sufre síntomas psicosomáticos sin padecer una enfermedad. Dolores de cabeza, mareos, vértigos, pérdida de visión… y una larga lista de signos que los psiquiatras y psicólogos no ven porque lo que les duele es el cuerpo. El paciente acude al médico correspondiente a su dolencia cuando en realidad el especialista que lo ve no está entrenado para detectar su problema verdadero, el origen del problema.
Los psicólogos atendemos muy frecuentemente pacientes que se quejan de síntomas físicos relacionados con los trastornos de ansiedad, como palpitaciones, respiración agitada, temblores, sensaciones de pérdida de control, dolores varios… y a menudo habían sido tratados exclusivamente con fármacos para aliviar sus síntomas, pero no para tratar el origen de ellos de índole psicológica, a pesar de que la APA (American Psychiatric Association) establece como tratamiento eficaz de primera elección la terapia psicológica, y de que la OCU advierte del consumo abusivo de ansiolíticos entre la población española. El hecho de sufrir síntomas psicosomáticos que no son una enfermedad puede convertirse en un problema medicalizado.
En un trastorno psicosomático la persona sufre una discapacidad que le paraliza, con ansiedad o no, y que afecta a su vida de manera muy significativa, ya sea dolor, parálisis, convulsiones, pérdida de visión, memoria…
Cuando la relación mente-cuerpo se ve alterada por emociones negativas, modificaciones del ciclo vital o situaciones con un alto impacto emocional, pueden representarse en forma d síntomas. A veces se acude al médico con quejas, después de un chequeo los resultados son negativos y no justifican el malestar de la enfermedad que se cree tener. Se tiende a pensar en una causa física y no se acepta que puede ser nuestra mente la que puede estar creando la alteración.
En ocasiones algunas personas niegan sus problemas o no expresan sus sentimientos, y entonces aparece un síntoma que persiste durante mucho tiempo sin evolucionar provocando una molestia crónica que se va soportando. En un caso clínico, se describe como una paciente en la que su marido le pide el divorcio después de veintisiete años porque ya no la quiere, después de un tiempo negando su sufrimiento, presentó una parálisis facial. En otro caso, una paciente que presentaba parálisis en uno de sus brazos sin causa orgánica, había padecido acoso escolar años atrás, recuperando la movilidad del miembro una vez tratada la herida psicológica. Somatizar es convertir un conflicto psíquico en un síntoma físico.
La neuróloga Suzanne O’Sullivan de Reino Unido, una experta en enfermedades invisibles, ha relatado recientemente sus vivencias con pacientes con enfermedades psicosomáticas en el hospital más especializado en Neurología y Cirugía. Entre otros muchos, la de una paciente de veintisiete años con convulsiones desde los doce a la que le tiene que explicar que su enfermedad estaba en su cabeza.
Por todo esto se hace necesaria la presencia del especialista en enfermedades psicosomáticas, aunque más que una especialidad se necesita una actitud de medicina psicosomática.
Esta corriente incipiente está derivando en una tendencia cada vez mayor a prestar atención a las somatizaciones de los pacientes. La tendencia tradicional debe dar paso a la evolución hacia una integración, levantando las barreras de los compartimentos estancos de las diferentes especialidades para derivar en un enfoque interdisciplinar, donde el todo sea más que la suma de las partes y donde además de prestar atención a las quejas del cuerpo, se bucee en las de la mente para ayudar de forma adecuada a las personas que están sufriendo.
En realidad no existe una medicina no psicosomática.
Imagen: Enrique Sánchez Sostre