A lo largo de nuestra vida todos hemos sufrido traumas de distinta magnitud, algunos los recordamos y otros no -los que vivimos en nuestra primera infancia- y que de alguna forma, sin saberlo, nos han marcado e influido en nuestro particular modo de percibir el mundo y en nuestra experiencia vital.
Por desgracia, con motivo de los ataques tan devastadores ocurridos el pasado viernes en París, en el post de hoy me centraré en el daño psicológico de las víctimas de la violencia afectadas por un trauma, y de las cuales más de la mitad van a padecer estrés postraumático.
Cualquier trauma -y un suceso violento lo es- provoca una quiebra en el sentimiento de seguridad de una persona, y de rebote, en su entorno más cercano, produciendo reacciones y secuelas emocionales durante períodos largos de tiempo y a veces durante toda la vida, por lo que se necesita prestar especial atención al daño psicológico, además de las lesiones físicas. La prueba de esto es que los heridos graves suelen tener mejor pronóstico psicológico que los leves porque cuentan con un mayor grado de apoyo social y familiar.
El trastorno de estrés postraumático (TEPT) aparece en sujetos que han estado expuestos a situaciones de gran amenaza y peligro vital y cuya respuesta emocional implicada incluye componentes de miedo, horror y/o indefensión. Los síntomas más característicos son: el recuerdo del suceso traumático en forma de imágenes involuntarias (flashbacks) que reviven el episodio y las pesadillas, la evitación de lugares o situaciones que recuerdan el trauma, la negación a hablar de lo sucedido, a veces dificultad para emitir respuestas afectivas, sensación de extrañamiento frente al entorno, fenómenos disociativos, irritabilidad, problemas de sueño…
El daño psicológico se manifiesta generalmente en fases. Primero suele surgir un sobrecogimiento con enturbiamiento de la conciencia y embotamiento, que se manifiesta en un abatimiento general, pensamientos de incredulidad y pobreza en las reacciones. En una segunda fase, tras el estado de shock aparecen el dolor, la indignación, la rabia, la impotencia, la culpa y el miedo que se alternan con un profundo abatimiento. Y por último, la tendencia a la reexperimentación del suceso de forma espontánea o por asociación con algo que lo recuerde.
Un aspecto fundamental a resaltar es la victimización secundaria por parte de algunos medios de comunicación que filtran la intimidad de la víctima al gran público, contribuyendo así a agravar el daño psicológico de la víctima. Por todo esto es imprescindible conocer la situación psíquica de cada víctima, tratarla adecuadamente, reparar el daño causado, prevenir la revictimización y evitar la creación de nuevas víctimas.
Tras un acontecimiento traumático se produce una ruptura y modificación del ciclo vital de los damnificados y del equilibrio del hombre con su entorno, la cicatrización de las heridas psicológicas puede ser más larga que una fractura o herida física y la asimilación del sufrimiento psicológico es una tarea larga y compleja tanto para cada persona como para la comunidad. Por eso es de vital importancia prestar atención inmediata tanto a las víctimas como a los que las ayudan.
La atención psicológica a las víctimas debe ser inmediata y con continuidad para impedir la cronificación de los síntomas y facilitar la ayuda necesaria para hacerles frente, para la recuperación de la vida cotidiana y la expresión compartida de la experiencia con los amigos o familiares. Se trata de establecer los canales para superar el victimismo y hacer posible que la víctima contribuya a su propia reconstrucción.
El hombre no se destruye por sufrir, se destruye por sufrir sin sentido. Viktor Frankl
Imagen: Enrique Sánchez Sostre