Fotografías que capturan un instante irrepetible, objetos que evocan vivencias del pasado, relatos de otros tiempos, diarios y memorias que pretenden atrapar nuestras experiencias cuyo olvido sería perder una parte de nosotros. A veces, no importa lo que hayamos sufrido, nos resistimos a dejar marchar nuestros recuerdos, los protegemos como a nuestra propia identidad, los guardamos ávidamente, como tesoros de nuestra mente.
Nuestra memoria modela nuestra identidad personal, y la forma en la que nos relacionamos con el mundo y con los demás, viene determinada por nuestra experiencia personal, por lo que aprendemos y recordamos de ella.
El recuerdo, es la capacidad del ser humano para contemplar el pasado. Los recuerdos que provocaron alguna emoción influyen en la personalidad, a diferencia de los que no han movilizado ninguna, perdurando nítidamente en nuestra memoria durante mucho más tiempo. Por eso son las emociones las que estructuran nuestra memoria, seleccionando recuerdos y dándoles forma.
En nuestra mente, tiene más presencia los relacionados con nosotros mismos que los que se refieren a otras personas.
Las emociones vivifican imágenes del pasado, por lo que las personas que viven sus emociones de forma inhibida y controlada tienen una visión menos detallada de sus recuerdos.
Si nos aferramos demasiado a un recuerdo, podemos caer en una depresión e incluso se puede dar una ruptura con la realidad presente. El “anclaje” a los recuerdos pasados nos puede dificultar la adaptación y el aprendizaje en una nueva etapa.
¿Todo tiempo pasado fue mejor? Tenemos buenos y malos recuerdos y una tendencia mayor a evocar más los buenos de cada experiencia, porque estar feliz es más eficaz para la supervivencia que estar triste. A veces, nos acordamos de una mala experiencia y a pesar de ello recordamos también la parte buena y minimizamos los malos momentos. Nuestro cerebro intenta protegernos para que seamos más felices. La naturaleza es sabia.
Nuestra memoria va cambiando con nosotros, nuestros recuerdos se reconsolidan, de manera que si los escribiésemos cada vez que evocamos algún suceso, nuestra mente no buscaría en el mismo archivo del cerebro, sino que nos daría la última versión del guión que recuperamos la última vez, porque sus detalles se mezclarán con los detalles presentes y volverán a dar forma a lo que pensamos y sentimos. Así que, tu memoria es quien eres ahora mismo.
Parece paradójico que los recuerdos más seguros son aquellos que menos recuerdas.
En las últimas décadas, las investigaciones sobre la memoria han avanzado mucho, y las teorías de reconsolidación que demuestran que los elementos de los recuerdos no son inamovibles, resultan de mucha utilidad para tratar trastornos de ansiedad o postraumáticos. El reencuadre de tales recuerdos permite una experiencia emocional correctora para curar las viejas heridas.
Pongamos que una persona recuerda su historia infantil como una etapa vital en la que ha sufrido malos tratos y carencias afectivas. Si le provocamos una regresión en la que conecte con el recuerdo de alguna persona que le hubiese tratado con afecto y ternura, modificaría la representación mental de su experiencia pasada y su influencia en el presente.
Recordar, es pues un acto creativo y de imaginación y nuestras memorias están en continua reconstrucción. Nuestra preciada historia puede verse afectada por condiciones neurológicas y psiquiátricas que además producen frustración en los seres queridos, que sienten como los rasgos de identidad de la persona se van difuminando, porque recordar no es solo rememorara hechos, sino los sentimientos que se asocian a ellos.
Si se borraran los recuerdos de nuestra biografía, perderíamos una gran parte de lo que somos, y al fin y al cabo, es más importante que el lugar donde estamos, el camino que recorrimos para llegar.
El recuerdo de todo hombre es su literatura privada. Huxley
Imagen: Enrique Sánchez Sostre