Cuantas veces magnificas cualquier situación molesta; te culpas de aquello de lo que no eres responsable; predices el futuro arbitrariamente diciéndote que las cosas no cambiarán o empeorarán; ves las cosas en términos absolutos, categoría blanco o negro, no hay matices; asumes que otras personas están reaccionando negativamente hacia ti, que eres el foco de las miradas; te repites que eres un inútil, un fracasado o un perdedor cuando fallas en algo o cuando las cosas no salen bien.
Todo aquello que sale mal es el inicio de un montón de fracasos; un contratiempo tiñe de oscuro toda tu vida; menosprecias tus cualidades positivas, no sirven para nada.
Cuantas veces nos abandonamos a la destrucción de nuestras malas palabras, con pseudo-razonamientos y cortocircuitos cerebrales. La mente nos enreda, nos tiende una trampa, justifica y da razones a nuestros sentimientos. Nos criticamos a nosotros mismos y a lo demás. Caemos en esas trampas automáticamente, a las que necesitamos conocer si las queremos burlar.
La mayoría de las veces no somos conscientes de lo que pensamos, ni hasta qué grado “nuestro hablar interior” es peligroso y dañino, y cuyas redes nos atrapan en cualquier momento, cotidiano o trascendental.
Gran parte de nuestras vidas se basan en este tipo de climas internos, sin darnos cuenta ni del cómo ni del porqué de la prisión creada por esos estados negativos, esas nubes oscuras.
Existen dos niveles de percepción de la realidad que aparentemente no se distinguen: la realidad que percibimos a través de nuestros sentidos, que se define como realidad de primer orden y el significado que atribuimos a esas percepciones, o realidad de segundo orden. La diferencia entre estos dos niveles de percepción de la realidad es la que se refleja en el célebre dicho según el cual, la diferencia entre un optimista y un pesimista consiste en el hecho de que el primero ve la botella medio llena y el segundo medio vacía. Nuestra mente construye nuestras realidades personales, sociales e ideológicas que llegamos a considerar objetivamente reales.
Algunas maneras de pensar o sentir si se llevan al extremo, pueden amargarnos la vida si continuamos sin reconocerlas y repetimos soluciones que finalmente nos mantienen dando vueltas circularmente: pongo en práctica una cosa; no funciona; insisto; antes o después funcionará.
¿A cuál de tus voces interiores vas a permitirle que dirija el destino del resto de tu vida?; ¿qué parte tuya será la que permitas que mande?; ¿tu lado honesto y profundo, o el del bando contrario, con esa vocecita que cree saberlo todo?
Como seres humanos por excelencia nos ha sido otorgado un don: pensar. Vamos a honrarlo pensando para bien.