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Cuando hablamos de una relación de pareja nos referimos a un ser vivo, que nace a partir de otros dos seres, que se construye y avanza a través de ellos. La pareja va más allá de una suma de dos: 1+1=3. Su alquimia combina dos cerebros con toda su complejidad, dos mentes, dos temperamentos y dos historias infantiles que van a condicionar su forma de relacionarse consigo y con el otro.

Los motivos que llevan a dos personas a iniciar una relación pueden ser muchos, buenos y equivocados, que generalmente comienzan por la química, la atracción y/o el amor romántico, que se van transformando en física cuando la relación se consolida, surgiendo así las dinámicas que hacen funcionar el sistema, con sus equilibrios y desequilibrios.

El amor ha estado siempre presente en el arte, la filosofía y también en la ciencia y se ha considerado indefinible, aunque existen infinidad de definiciones sobre él, puede que tantas como personas que lo han experimentado, con sus procesos mentales únicos, en los que actúan la atracción y los lazos afectivos que van más allá de la pasión y que sostienen la pareja a lo largo de su camino, en sus etapas mejores y peores.

He sido espectadora de muchas escenas de la comedia humana que se han representado ante mí, en la que el amor siempre ha estado de moda, y de sus dinámicas amorosas y sentimentales, que más que modelos, son patrones de comportamiento que se repiten una y otra vez sin que se sea consciente de ello, y cuyas raíces están en la experiencia individual, interpersonal y familiar de cada persona.

Se ha debatido mucho sobre si es posible construir una relación sentimental equilibrada capaz de preservar la pasión, y si para ello existe una receta, y aunque no la hay, sí se puede indicar que para ayudar a mantenerla, han satisfacerse dos egoísmos, que necesitan de cuidados continuos y estímulos novedosos, y sobre todo, que no falte complicidad, ingrediente típico de las parejas felices.

Otro dilema también muy discutido, plantea si puede durar el amor. La respuesta para los escépticos y los que han perdido la ilusión es que sí. La antropóloga norteamericana Helen Fisher, que ha dedicado su vida al estudio del sentimiento amoroso, ha encontrado en el escáner de personas que después de 20 años decían seguir enamoradas, la misma actividad en el cerebro que en un grupo de amor romántico.

Una observación etológica: Puede que tengamos que aprender de unas pocas especies monógamas, como los topillos de la pradera (microtus ochogaster), que siguen cortejándose a lo largo de su historia sentimental como si siempre se encontrasen en la fase inicial de la relación, no solo en el ámbito erótico, sino en el de la seducción. En la mayoría de las parejas, con el tiempo, ese deseo de despertar el interés del otro se va desvaneciendo, dando lugar a la costumbre envilecedora de la vida en pareja.

¿Será posible que para resolver enigmas tan complejos pueda haber maneras simples?